Cuando Nietzsche hace referencia a Dionisio y a Apolo, no debemos pasar por alto algunas características arquetípicas o de sus respectivas personalidades. Los dioses griegos no son una simple explicación a fenómenos naturales, sino que además llevan consigo una proyección de lo humano, las sociedades occidentales tienen mucho del olimpo y nuestra propia vida tiene mucho de la Odisea.

 

Las Fuerzas artísticas fundamentales: Lo apolíneo y lo dionisíaco.[1]

 

En el caso de estas deidades tenemos que Apolo representa lo ideal de hombre, su aspecto racional, la prudencia que limita y se opone a lo animal, la razón que limita, ordena, la calma, la reflexión, la introspección, entre otras características. En este punto es importante destacar que estos rasgos de personalidad de los dioses griegos se van formando o madurando en la medida en que miembros influyentes de la sociedad griega van girando su mirada desde el pensar la naturaleza a pensar el hombre, la sociedad, la cultura, el bien, la libertad y la política. Así pues aunque podemos encontrar un Apolo homérico y pos homérico, también es cierto que dichos rasgos se encuentran presente desde el principio.

Dionisio por el contrario representa lo incontenible, lo natural en el hombre, la desinhibición, lo impuro y lo profano, lo irracional, sin límites, el exceso. Representa lo terrenal, pero esto a su vez lo identifica con lo femenino, su sensualidad y fertilidad.

Jung hace referencia a esta oposición arquetípica por ejemplo cuando toca el tema de la iniciación religiosa:

 “Los símbolos que influyen en el hombre varían en su finalidad. Algunos hombres necesitan ser despertados y experimentar su iniciación en la violencia de un dionisíaco <<rito tonante>>. Otros necesitan ser sometidos y son llevados a la sumisión en el designio ordenado del recinto del templo o cueva sagrada, que sugieren la religión de Apolo de los últimos griegos”[2]

Este es el telón de fondo que hay detrás de estas constantes referencias que hace Nietzsche a estas deidades griegas que además son fundamentales en su propuesta. Esta suerte de dualidad se encuentra también en la propuesta freudiana cuando se establecen las pulsiones de vida y de muerte, en tanto impulso inicial de toda acción.

                La aparición de alguna de estas dos fuerzas como aspecto dominante en las acciones humanas, no deben considerarse como dualidad o juego de opuestos, sino como duplicidad o fuerzas que se manifiestan con una mayor y notable influencia de uno o del otro.

                Estas fuerzas son introducidas en el pensamiento de Nietzsche, quizá, por una necesidad de la metafísica para dar cuenta de fuerzas o tendencias naturales que den cuenta de la acción humana. Partiendo de que el arte es una expresión de esa necesidad de soportar una existencia enmarcada en los horrores y espantos[3] del devenir.

                Anteriormente tenemos referencia a Apolo y Dionisio como “divinidades artísticas” en Platón[4], por ejemplo: “… Vuestros dos legisladores, inspirados por Júpiter y por Apolo ¿sólo han establecido una fuerza coja, que sólo puede sostenerse por el lado izquierdo y se cae del lado derecho hacia los objetos agradables y lisonjeros? ¿O esta fuerza puede sostenerse por uno y otro lado?” [5] Por otra parte Dionisio ha sido antes como inspiración de la sensualidad.

                Podemos considerar desde la realidad psicológica y estética en su carácter antagónico ambas fuerzas como paralelas, pero ontológicamente Apolo es el reflejo de lo dionisiaco, en tanto que este último representa a la naturaleza tal y como es, mientras que lo apolíneo es expresión de lo humano.

                Lo dionisíaco representa al devenir, a la transformación constante, mientras que la belleza lo relacionamos con lo apolíneo, y en la medida en que uno es reflejo del otro, podemos considerar a ambas como resultados de la fuerza de la naturaleza. También podemos decir que lo apolíneo no es una mera contemplación, sino que surge en esa necesidad de hacer frente al desorden que es provocado por el devenir.

                Pero lo dionisiaco restablece la conexión del hombre con la naturaleza, alcanzando la potencialidad de sus instintos. En el arte encontramos ambas fuerzas, lo natural y lo humano.

                Esta expresión es simbólica, por lo que en este horizonte deben aparecer elementos que la haga posible, tenemos entonces las palabras, los signos, lo comunicado, lo representado, las imágenes, lo onírico. En cuanto a lo figurativo, somos verdaderos artistas mientras soñamos.

                En el sueño simplificamos las imágenes, establecemos relaciones entre sentimientos y figuras, “apolinizamos” lo dionisiaco[6].

                Por otro lado lo dionisíaco también está asociado a la embriaguez, a la pérdida de abstención  y límites de la conducta, la intoxicación quiebra ese sueño de lo apolíneo, de lo bello, de lo perfecto, no hace referencia a un estado de simple ebriedad, sino que es esa ausencia de límites, es la potencialidad, sentimiento de incremento de la fuerza, sentimiento de plenitud que también tiene la capacidad de aligerar los pesos de la conciencia, haciendo más ligero el camino de la vida como contrapeso de un Apolo fortalecido. Este estado de embriaguez también permite la apertura a nuevas experiencias.

               

               

 

[1] Santiago G, Luis Enrique. “Arte y poder: aproximación a la estética de Nietzsche.”, Edit. Trotta. Madrid, 2004. P219

[2] Jung, Carl. “El hombre y sus símbolos” Edit. Paidós. Barcelona 1995. Pp. 149

[3] Nietzsche, F. “Crepúsculos de los Ídolos”. Edit. Alianza Madrid, 1998. Pp 54-55

[4] Platón, Leyes. 653d, 665d, 672d

[5] Platón, “Leyes” Madrid, 1872. Edic. Digital de Patricio Azcárate. Pp73-74

[6] A modo de conclusión podemos decir que el autor parte de lo dialéctico para abordar este flujo entre opuestos: naturaleza y arte, Dionisio y Apolo, sueño y vigilia.

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