En la modernidad, la preminencia de la razón, de lo razonable, desplaza al arte y sus expresiones despojándole de la capacidad de ser conocimiento. La “verdad” como valor supremo de la tradición, puede o no comenzar en la experiencia, pero se manifiesta en juicios, argumentos, definiciones y demostraciones.
La ilusión de lo real.
Probablemente el arte medieval cristiano devino en expresiones de figuras y simbolismos vacíos desconectados de emociones y sentimientos. Ya no respondía a los principios de vitalidad y belleza que caracterizaba la antigüedad clásica, más allá de los grandes desarrollos arquitectónicos. Se dio entonces un cambio en el arte y en la conciencia del hombre.
El autor expone: “Durante el curso del siglo XIII surgió a una nueva conciencia de la vitalidad orgánica, que se expresó en una observación más de cerca de los fenómenos naturales, que transformó gradualmente todos los tiempos de ornamentación, y en una reafirmación del humanismo clásico”.[1]
En este sentido el arte ya no da inicio a la ocupación intelectual o curiosidad sobre el mundo, sino que responde a estructuras culturales, a valores. No expresa la consciencia del artista sino que este debe acomodarse a contenidos, a la representación. Por supuestos algunos pocos sobresalieron y marcaron la diferencia.
Se dio un gran esfuerzo por representar con la mayor fidelidad (con una rigurosidad casi científica) lo que se plasmaba, exactitud en las proporciones, colores, reflejos, puntos de fuga, recreaciones, técnicas; grandes mosaicos, la creación del espacio y con esto también la disolución de la consciencia del artista. Lo externo, el espacio, lo “real” era el enfoque de los artistas y las academias de arte.
[1] Read, H. “Imagen e idea: La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana”. Edit. FCE, México D.F. 1957. P 139.