Muchos de los problemas con que nos topamos a la hora de reflexionar con respecto a algo tiene su origen en el descuido que cometemos al no demarcar, delimitar o definir las nociones que usamos. Cuando esto sucede presuponemos lo que queremos decir o que sospechamos lo que algo significa, incluso creemos lo que significa para nosotros según la mera experiencia, esto trae como consecuencia que no se tiene idea de lo que se dice o que se hacen relaciones desde fundamentos inestables.
Prefacio del Origen de las Afecciones
Adrián García | 2005
Esto posiblemente sucede en la mayoría de las personas cuando comentan acerca de Dios, de la Naturaleza, de la Naturaleza de Dios y hasta de su propia naturaleza. Spinoza sin embargo llama la atención sobre esto, pues de la misma manera sucede que el hombre al querer referirse a las causas las confunde con los efectos por ejemplo. Con respecto a esto no está de acuerdo con la opinión de que todas las cosas en la naturaleza persiga un fin (guiado y presupuesto) sea por Dios o sea por sí misma, o que el origen del mal y del bien esté ligado al propósito de su creación, sino que por el contrario considera que estas opiniones son confusiones que se dan en una suerte de reflexión superficial o nula, pues el hombre no debe presuponer las causas sino reflexionar con atención acerca de ellas porque todos nacemos ignorando las causas. Luego de creer que la naturaleza funciona bajo un telos a partir de la relación que hacemos nosotros mismos con lo que creemos que es útil porque así actuamos, también el hombre adjudicó a deidades dichas relaciones, suponiendo que la naturaleza o la deidad tuviesen los mismos razonamientos humanos. Esto constituye para nuestro autor una disparatada y aparente reflexión que solo tiene como objeto confundir más las cosas y desligar al hombre de la manera en que obra la naturaleza para considerarle libre de determinaciones naturales.
De igual manera nuestro autor comenta qué pasó cuando se prefirió ignorar las causas de los terremotos, tormentas y otros fenómenos naturales pensando que provenían de un castigo divino, como resultado de su ira, destacando entre todo lo bueno de la naturaleza aquello que es destructivo y además llamando pecado y malo a todo aquello que atentara contra los juicios divinos. Dichos juicios además de expresar la voluntad divina se creyeron superiores al de los hombres. Esto para Spinoza no puede tomarse como reflexión seria. En la Ética, Primera Parte, definición 16 expone que todo en la naturaleza “ocurre con cierta eterna necesidad y suma perfección”[1] y conceder a la naturaleza o a la divinidad una voluntad suprema es mera ficción humana. En otro sentido aquel que trata de salir de la ignorancia como lo hacen los sabios según el autor terminan siendo calificados de herejes por aquellos lideres que enseñan al vulgo o al pueblo (que justifican mantener en esa ignorancia) una sola doctrina e interpretación de la realidad, la naturaleza y Dios. Así pues toda acción que va en contra de dicha interpretación será tenida por una acción mala y lo que está a favor y es coherente con la doctrina por el contrario será tomada como buena. Sin tener en cuenta que aquello que es bueno o malo no depende ni debe refugiarse en la voluntad de Dios, sino que es parte de la ficción del hombre producida por el modo en que afectan los sentidos.
Spinoza considera que dichos prejuicios deben ser evaluados, y expone que en medio de tantas confusiones sucede que:
“... como aquellos que no entienden la naturaleza de las cosas nada afirman acerca de las cosas, sino que las imaginan solamente, y toman la imaginación por el entendimiento, creen, por ello, firmemente que hay un orden en las cosas ya que ignoran su propia naturaleza y la de las cosas”[2].
Las cosas en la naturaleza estarán ordenadas en la medida en que pueden ser recordadas o imaginadas fácilmente una vez que somos afectados sensorialmente por ellas, por el contrario, si son difíciles de recordar o imaginar entonces no están ordenadas o son confusas.
Sin embargo el autor plantea que toda causa cuando es percibida de manera clara y distinta deberá ser llamada una “causa adecuada” de lo contrario le llamará “causa inadecuada”. También expone que existen diversas determinaciones que permiten o reprimen alguna acción, pero no será el alma del cuerpo que lo determine, en primer lugar porque la segunda definición expuesta en la primera parte de la Ética es clara y contundente: una cosa limita con otra de su misma naturaleza, así pues un cuerpo limita con otro y una idea limita con otra idea, pero un cuerpo no limita con una idea. Además si son de distinta naturaleza una no puede ser causa de la otra, en otras palabras no se puede conocer una cosa a partir de otra de distinta naturaleza. (Proposición III, I Parte). Así pues lo que determina al alma es un modo de pensar y no la extensión, porque ella no es un cuerpo, así como tampoco el alma puede mover al cuerpo por ser este parte de la extensión. (Proposición II, II Parte).
Spinoza rechaza la creencia de que el hombre está desligado de la naturaleza como algo superior a ella, y libre de algunas determinaciones naturales, considerando que sólo está determinado por su propia voluntad. En el Prefacio de la “Tercera Parte de la Ética demostrada según el Orden Geométrico” reconoce la importancia de reflexionar acerca de este punto con la intención de destacar que la naturaleza se rige por leyes que son universales en virtud de si misma y no por deseos o vicios de una voluntad, además de usar el método geométrico para exponerlas. En este sentido las afecciones del alma del hombre no pueden estar aisladas o separadas del actuar de la naturaleza, así pues el autor demostrará que las pasiones y otras afecciones del alma se dan bajo este esquema en la naturaleza del alma.
Según el autor, a partir de su propia vivencia se puede llegar a la conclusión de que los hombres han dado la espalda a las cosas que están sujetas al orden de la naturaleza y han preferido lo que está afuera de ella (Ética, III), esto surge como consecuencia de considerar lo superficial de las acciones cotidianas y la aparente ingenuidad como “lo bueno”, que enmascara a su vez la perdida de ciertos valores. Esto despierta en Spinoza a partir de un desánimo la opinión de que las cosas no son buenas ni malas en sí mismas, sino que dependen del apetito o deseo del alma y el cuerpo, esto debe considerarse como esencial en el hombre porque el alma puede conocer cosas adecuadas o inadecuadas indistintamente (Ética, III, proposición IX). En este sentido generalmente no se apetecen las cosas porque ellas sean buenas por sí mismas, o porque se tenga la opinión de que sean buenas, sino que son buenas en la medida en que ellas pueden ser o son apetecibles y deseadas, según el ánimo que se tenga. Además este desánimo supone que, lo que luego será la eventual conciencia del esfuerzo en el alma a partir de las afecciones del cuerpo (Ética, III, proposición IX), es el permanente empeño del hombre a que sus acciones estén “determinadas” por la búsqueda de un placer que siempre es temporal. El autor se plantea la posibilidad de investigar acerca de la posibilidad de encontrar algo que le permitiera mantener una alegría constante en el tiempo y que si bien afecte el ánimo, que no dependa de él, lo que traerá como consecuencia que sea indistintamente apetecible o no para que pueda causar dicha afección.
[1] Ética demostrada según el orden geométrico, Baruch Spinoza. FCE, México 1996. Pág. 45.
[2] Idem Pág. 47