En trabajos anteriores hemos abordado algunos de los elementos que configuran una estructura republicana y la relación de los ciudadanos con el poder. Sin embargo debemos reconocer que una de las características principales de la deliberación, discusión, encuentro, reencuentro, diálogo y la estimulación de consensos pasa precisamente por una estabilidad que permite una dinámica. Esto es en el caso del filósofo la interpretación y resignificación de nuevas realidades, y en el caso del poder y los ciudadanos la reestructuración normativa.
De este modo, aunque tenemos los elementos en la mesa o la estructura del rompecabezas, la paradoja está en que el modelo planteado que procura la estabilidad, permite y debe producir una dinámica o un movimiento sin que esto signifique su disolución. La “absolutización” lo que haría es precisamente lo contrario.
Visto que no existen sociedades monoculturales, discursos únicos o monopolizadores, sino que por el contrario se reconoce la diversidad y se crean espacios de encuentro, hasta los valores pueden ser razonablemente discutidos en procura de consensos o la coexistencia de esta diversidad; lo que implica la resolución de acuerdos razonablemente mínimos.
La soberanía republicana ilustrada considera al “pueblo” como el origen y destino de la ley, las sociedades brotan de sí misma (poliarquía). Ya hemos trabajado con anterioridad la importancia que cobra el “mundo de la vida” en esta estructura. Sin embargo en esta oportunidad lo asociamos al Poder Comunicativo en contrapeso al Poder Administrativo. El primero lo vinculamos al poder constituyente y el segundo al sistema administrativo burocrático cuyo fin es la de conducir eficientemente el poder.
Aunque este mundo dela vida debe expresarse en un modo razonable, para que esta dinámica pueda rendir fruto, tampoco se trata ahora de que los parlamentos se conviertan en laboratorios de física. Del mismo modo en el que la religión debe proteger la vida y sus leyes no deben derivar en una protección de la ley misma, esta dinámica tiene su origen y si fin último en la gente. Así pues, la verdad se despoja de la inmutabilidad y la opinión adquiere valor. Pero debe tener algo de racionalidad que permita “trascender” el riesgo de una subjetividad caprichosa que ponga en riesgo la coexistencia.