Lo primero que llama la atención en el primer apartado del texto es el uso del término “Ciencia estética” entendida como: asumir la conciencia de la intuición más allá del aspecto lógico o formal con la que puede ser tratada tradicionalmente.
Estas dos categorías son tomadas de la antigua cultura griega, aludiendo a las divinidades Apolo y Dionisio y lo característico en cada uno, pero en esta oportunidad como impulsos iniciales de lo que se hace. El primero reflejado en lo escultórico y lo segundo en la música. Pero esta lucha encuentra definitivamente una suerte de apareamiento que resulta en el arte (tragedia)[2].
Apolo representa esa propiedad onírica, de lo que se sueña, vaticinador, lo perteneciente al mundo de la fantasía. En el sueño ordenamos la naturaleza, las realidades, es el mundo de la representación[3].
Lo dionisíaco es más parecido a la embriaguez, lo que viene de la naturaleza, del hombre mismo, de lo más íntimo, es violencia, acción, eventualidad. Es muy visible en los eventos colectivos, y no menos en lo individual. Es lo espontáneo y lo reprimido. En el momento en que se le da rienda suelta, el hombre se desinhibe, ya no sueña con Apolo, se siente dios, “Ya no es un artista, se ha convertido en obra de arte”[4].
En lo dionisíaco, la esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente[5].
Los dioses en este sentido es una respuesta a la amargura de la existencia, el poder destructivo de la naturaleza, es la búsqueda de dar sentido a una existencia que se da entre el nacer, vivir en medio de esta dinámica y luego morir.[6]
Considerar la realidad como una representación en una unidad de la conciencia, nos lleva a tomar al sueño como una representación de la representación, o la apariencia de la apariencia, que además nos lleva como a la idea de la forma más pura o menos sensible, menos real.[7] Es una señal del arte o creación de lo apolíneo. Apolo no tiene sentido sin Dionisio.
En cuanto la interpretación subjetiva el autor expone que precisamente lo que se espera del arte es la rendición del yo, es decir pasar la barrera de lo subjetivo.[8] Es el momento en el que lo dionisíaco se manifiesta. Su expresión artística no es representaciones del mundo en sentido enfático, sino de él en el mundo.
Más allá de valorar o juzgar esta expresión en cuanto a lo subjetivo, objetivo o universal, debe considerarse como la salvación, redención o consolación metafísica, pues ya allí se justifica o significa la existencia, el mundo y nuestro ser en él.[9]
[1] Nietzsche, Friederich. “El Nacimiento de la Tragedia”. Edit. Alianza, Madrid - 1973
[2] Nota aislada: No hay nada innecesario por más inútil que pueda parecer. Pp 42.
[3] Id, Pp 44
[4] Id. Pp 46
[5] Id. Pp 52
[6] Id Pp 54-55
[7] Id. Pp 59
[8] Id. Pp. 64
[9] Id. Pp 68-69