En la historia de la cultura o del pensamiento occidental, podemos encontrar variaciones importantes en la relación que tiene el hombre con el mundo. En la historia de la filosofía asociamos el período mítico-religioso con un primer intento de dar cuenta del mundo; esto es que en medio de los cambios se intenta comprender su armonía, su grandeza, encontrarle sentido a la naturaleza y a lo que acontece en las relaciones humanas, darle significado y estabilidad.

 

Sin embargo podemos ver cómo esta preocupación va tendiendo mayor o menor interés por los temas de la naturaleza (lo que es externo) y por lo humano (externo e interno). En la antigua Grecia, por ejemplo, encontramos expresiones artísticas que dan cuenta de la grandeza de lo divino, la perfección, en términos de Nietzsche: más cercano a lo “apolinio”[1]. También el arte, no entendido como imitación o reproducción de las formas naturales, sino más bien como una expresión de lo humano que además antecede en cada tiempo nuevas cosmovisiones (producción), ha cubierto los espacios públicos como formas de enseñanza a personas que no tienen acceso a las letras[2].

Así pues tenemos que en la medida en que el arte se fue refinando, también se fue produciendo un mayor interés por lo expresado. Por ejemplo se puede establecer una relación entre la suavidad de las formas en las figuras de cerámica y el desarrollo de las formas geométricas abstractas, la representación del cielo o paisajes y la reflexión por la naturaleza; y por último la perfección gradual de rostros y figuras humanas y en paralelo el giro hacia lo social, religioso, político o ético y al hacer este enlace entonces tenemos la importancia de estas expresiones en el desarrollo del pensamiento.

Sin embargo en la segunda mitad de la edad media, ya el arte fue reduciendo su influencia en esta dinámica, en la medida en que los artistas van reproduciendo contenido simbólico o valores “institucionalizados”[3], [4]con esto no queremos negar los grandes aportes y grandes creaciones, que incluso en nuestros días son capaces de estimular nuestros sentidos y emociones; simplemente es introducirnos en un contexto en el que el arte adquiere importancia histórica.

Uno de los temas que ocupa la filosofía de nuestros días es la reflexión por la sensibilidad, el arte y su rol en el conocimiento, comunicación y expresión de contenidos. Gadamer reconoce que buena parte de esta inquietud es tomada de Hegel[5], sin embargo agregamos que en Nietzsche encontramos[6] un giro importante en cuanto a la importancia que tiene el arte en esta dimensión.

El método científico aunque inicia en la observación de hechos concretos, tiende a la elaboración de normas generales, es decir va de lo particular a lo universal. En otras palabras es vaciar de contenido la experiencia y mantener la estructura[7]. En este sentido los componentes pueden ser sustituidos con variables en una fórmula dada, lo que cobra importancia son los patrones, las tendencias y las probabilidades.

Pero ¿Podemos hacer lo mismo con la historia? Si vaciamos de contenidos a un hecho histórico, si a un relato le quitamos los contextos, las emociones, si despojamos a los sujetos de sus relaciones; si a una guerra le quitamos las armas, las banderas, etc… ¿Qué nos queda?

Por otro lado, el objeto de las “ciencias del espíritu” es precisamente los hachos humanos, que son singulares, concreto e irrepetibles (en sus propios contextos). Convertir estos hechos en objetos abstractos, vaciarlos, es negar lo que ellos son. La propuesta de Gadamer, producto de nuestro tiempo, será entonces poner en la mesa una reflexión por un aspecto “ontológico” entendido como sentido en el mundo y de la mano con un aspecto “metodológico” que es el modo en que se produce ese sentido. En definitiva es comprender el acontecer en el mundo y el modo en que accedemos a esa comprensión.

El racionalismo moderno pone en “suspenso” la sensibilidad y su capacidad de ser una fuente de conocimiento certero, pero ante la imposibilidad de alcanzar una “verdad”[8] a partir de nuestras propias estructuras epistemológicas, la experiencia alcanza de nuevo un lugar importante.

Con respecto a la “verdad” la tenemos como una categoría epistemológica, pero ¿Podemos encontrar en la experiencia estética algo de “verdad”? El encuentro con lo bello es una experiencia que aspira la universalidad, en cierto sentido la obtenemos en esa experiencia.[9] En Gadamer, siguiendo la propuesta heideggeriana, no es que hay significaciones en las cosas, sino que las hay en el modo en que el hombre lo comprende y se relaciona con ellas.

Entonces la verdad está en relación con un método que la produce, es el resultado de la interpretación. Cuando el método y criterios son compartidos, la verdad expresada también. Pero esto no niega lo verdadero en la experiencia de lo bello en lo particular. De hecho, además de encontrar en Sócrates un giro por la reflexión de lo humano con respecto a los “filósofos de la naturaleza”, también encontramos que ese nuevo conocimiento es producido en el ámbito de la intersubjetividad, en el diálogo, en el ágora, en el espacio común.

Lo que hace especial una obra, va más allá de su formalidad o categorización, es decir, si cumple con cierta formalidad artística (crítica del arte) como por ejemplo ser clásica en la medida en que responde a tal o cual criterio, o barroca, moderna, etc... Lo que hace especial esta obra es la capacidad que tiene de ser interpretada, comprendida. En este sentido lo que hace especial a una obra de arte es la capacidad que tiene de estimular en nosotros algo más que la sensibilidad en una experiencia particular (es como aura de la obra), por eso hacemos referencia a esta comprensión[10].

“Valorar” lo bello, interpretarlo, requiere, según Kant[11], de herramientas que permiten decodificar el capital cultural histórico, que además está desigualmente distribuido en la sociedad. Así pues en este mundo de significaciones, un color puede estimular sensiblemente a una persona, pero una forma y un contexto puede estimular sus recuerdos, su intelecto. Esto dependerá en cierto modo del conocimiento o preparación del que tiene tal o cual experiencia para su valoración y grado de placer. Esto también lo propone Gadamer cuando expone que “quien tiene sentido estético sabe separar lo bello de lo feo, la buena de la mala calidad”[12]

No en vano, el autor coloca en la “construcción” del conocimiento cuatro bases, a saber: Formación, Sentido Común, Capacidad de Juicio y Gusto; Dos de ellas relacionadas directamente con lo dicho en el párrafo anterior (Formación y Gusto). Esto también nos indica que ante la obra de arte nos encontramos con algo más que un simple objeto.

Una cosa es una simple cosa si no tiene un significado para nosotros, esto es que tenga un vínculo (sentido) con algo en un marco de relaciones. Pero una obra de arte, sus elementos se relacionan con nosotros directamente, nos abre un mundo nuevo en esa experiencia. Así pues la obra al ser experimentada (independientemente de esa valoración o interpretación) no es un objeto aislado, cuando la sentimos o vivimos nos vinculamos con ella, nos fusionamos en un modo en el que nada queda fuera. Gadamer para esto recordará la noción de símbolo desde la antigua sociedad griega, que es una suerte de tablilla formada por partes que al unirse completan una figura (unidad) haciendo referencia al hecho de que lo significado en cada fragmento es  parte de una totalidad[13].

La obra es entonces una composición, no se trata de una simple cosa, determinada, sino que es abierta a ser resignificada en cada experiencia en conjunto de quien la vive, es esa puerta abierta. Irremplazable.

Las obras expresan algo de sus artistas, de su mundo, de sus contextos, pero también algo de nosotros que la experimentamos e interpretamos. Estimula en nosotros sensaciones, emociones, que tienen alguna relación con nuestras vivencias y conocimientos, es decir lo que somos. Estas condiciones hacen que nos detengamos en la obra, que intencionalmente dirijamos la atención, agudicemos la vista, el olfato, en fin la sensibilidad, despierta el “interés”.[14]

Aunque condiciona de algún modo nuestro pasado, esta experiencia no se queda allí, no se trata de un asunto “conceptual”. Hay entonces algo en ella que estimula y hay algo en nosotros que complementa. Es la unidad del símbolo y la singularidad de la experiencia. Entonces se da un reconocimiento, y si algo podemos decir o valorar en ese momento (juicio) es “Así es”[15].

La “belleza” en esta experiencia es insustituible, el enfoque de la propuesta está en la experiencia concreta. No es que la belleza es una suerte de “Idea” que se manifiesta gradualmente en cada caso como conteniéndola o representando un concepto.

 

[1] Santiago G, Luis Enrique. “Arte y poder: aproximación a la estética de Nietzsche.”, Edit. Trotta. Madrid, 2004.

P219

[2] Gadamer, H-G. “La actualidad de lo bello”. Edit. Paidós. Barcelona, 1991. P35

[3] Read, H. “Imagen e idea: La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana”. Edit. FCE, México D.F.

[4] . P 139

[5] Gadamer, H-G. “La actualidad de lo bello”. Edit. Paidós. Barcelona, 1991. P33

[6] Nietzsche, F. “Voluntad de Poder” Edit. Edaf. Madrid – 2000. §594 §596…

[7] Gadamer, H. G. “Verdad y Método I” Ediciones Sígueme, Salamanca 1977. P 32

[8] La verdad como resultado de lo razonable y bien fundado según criterios lógicos.

[9] Gadamer, H-G. “La actualidad de lo bello”. Edit. Paidós. Barcelona, 1991. P58.

[10] Gadamer, H-G. “La actualidad de lo bello”. Edit. Paidós. Barcelona, 1991. PP 78 - 80

[11] Kant, I. “Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime”. Edit. Alianza. Madrid, 2008. 208 P31 

[12] Gadamer, H. G. “Verdad y Método I” Ediciones Sígueme, Salamanca 1977. P 46

[13] Gadamer, H-G. “La actualidad de lo bello”. Edit. Paidós. Barcelona, 1991. PP 84

[14] Referencia al ejemplo de la montaña y paisaje en p 82

[15] Gadamer, H-G. “La actualidad de lo bello”. Edit. Paidós. Barcelona, 1991. PP 84 P 94

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