Uno de las palabras más usada en los discursos políticos en la historia es “pueblo”, combinadas con arengas y justificando cualquier cantidad de atrocidades y gobiernos totalitarios. En este artículo tomaremos una reflexión que hace Cecilio Acosta sobre la noción de pueblo y cómo este es usado para opacar o aislar a una parte de la totalidad, que normalmente le es útil para hacerse con el poder. Es un tema que no pierde vigencia en nuestra actualidad y que parece amenazar con seguir ocurriendo.

 

Resumen:  

Que el Gobierno requiere de la popularidad de un “pueblo” que lo legitime es una opinión muy extendida; en nuestra constitución por ejemplo se puede leer[1] que “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público”; también escuchamos, con cierta frecuencia, largos discursos dirigido a las masas por los medios de difusión tradicionales en los que se hace referencia al “pueblo”, a la “unión del pueblo”, al “pueblo venezolano” o al “pueblo latinoamericano”, con el objetivo de sumar voluntades a un proyecto político que resalta el carácter de los oprimidos y excluidos del sistema. El propósito de este artículo es analizar el sentido que tiene estas frases a partir de la reflexión de Cecilio Acosta y la vigencia que tiene en la actualidad política venezolana y latinoamericana.

 

Podemos usar el término “pueblo” para hacer referencia a varias cosas, por ejemplo a un pueblo distante en una zona rural o a una comunidad con un número reducido de habitantes, también podemos decir que el pueblo es una totalidad de personas que comparte un territorio nacional, o comparten intereses históricos, económicos, políticos o culturales, más allá de las nacionalidades. Sin embargo, en una democracia del siglo XXI, no nos imaginamos que pueda ser usado para hablar de una parte específica que comulga con un partido político, ideología política o estatus social específico, pero el asunto parece venir desde su concepción misma.

 

En  un caso podemos referirnos al pueblo como integrado por habitantes de un territorio específico que tienen derechos políticos, en cuyo caso ya nos encontramos con algunas limitaciones, pero esto ha sido así en la historia de la humanidad, por lo que el tema no es tan reciente como creemos debido a la realidad que vivimos. Podemos decir en este sentido que el discurso político resalta los derechos de algunos y no de la totalidad, cuando se refiere al pueblo no como totalidad, sino como parte. Esta es la situación que lleva a Cecilio Acosta a levantar la voz con cierta indignación.

 

Cecilio Acosta nace en San Diego de los Altos en febrero de 1818 y muere en Caracas a los 63 años de edad en 1881. Tuvo gran relevancia en la academia y política venezolana, siendo este un período de mucha convulsión social, golpes de estados, asaltos al congreso, saqueos, en fin, una situación que deviene en una guerra civil o guerra de la federación. Era un momento en el que varios discursos se encontraban y difícilmente podían convivir juntos, por lo que permanentemente se imponían a través del uso de la fuerza. Es el nacimiento de una República soñada, pero no era un sueño compartido, de hecho podemos decir que cada gobernante tenía su propio ideal de país.

 

Este sueño se vivió como una gran pesadilla, en el que las instituciones eran fundadas y refundadas, los derechos políticos y económicos se definían en función de los intereses de los partidarios de uno u otro bando, se recorrieron varios caminos en poco tiempo, hasta llegar a una guerra civil.

 

Puede decirse que Cecilio Acosta era un ciudadano polémico[2] pero su mejor arma siempre fue la palabra. Era un gran conversador y un rival difícil en cualquier debate. Quizá este talante le vino de su formación académica, religiosa, o de ambas; pero en todo caso siempre estuvo en contra del uso de la violencia para dilucidar estos desacuerdos.

 

Mantener esta posición a lo largo de sus discursos, ensayos, cartas y publicaciones, provocó la admiración y reconocimiento de personajes ilustres dentro y fuera del territorio nacional.

 

En una oportunidad expresó que[3] “la guerra civil, cuya llama al fin todo lo acaba: los grandes caracteres, el valor cívico, la dignidad personal y la conciencia del deber”. Y precisamente esta conciencia del deber le trajo innumerables conflictos cuando evadía intencionalmente adular a los líderes caudillistas, siendo esta una práctica común en las maneras de conducirse en el poder, trayendo consigo la corrupción y el despotismo, dejando de lado los méritos, los valores y la formación académica.

 

En este sentido manifestó:

 

“Es proclamado Jefe cualquiera que reúne un grupo de voluntarios a quienes conduce a la matanza y el saqueo. (…) Dejan de representar el país, como debiera ser para su bien, funcionarios y hombres de Estado, salidos de las Universidades, las artes, los liceos, la escuela, la tribuna, la prensa y las tradiciones de familia; llegan estos advenedizos, que más convendría llamar especuladores o bárbaros, al poder como a una presa divisible.”

 

En este caso en particular no solamente hace referencia a lo que debe ser un líder político, sino que además ya podemos ver, que hay en él una visión de una sociedad a la que le ha sido inoculada la violencia y que además son avalados o estimulados desde el poder para imponer sus intenciones autoritarias. En pocas palabras, Cecilio Acosta protesta ante el uso del miedo y el terror como recurso para mantener a una población sumisa, dejándolos además aislados de los espacios de la política y de la opinión pública. Un ciudadano temeroso difícilmente levantará su voz en contra del poder.

 

Cecilio Acosta hace referencia entonces a varios puntos: en primer lugar al líder y su tendencia a gobernar desde el autoritarismo, en segundo lugar al establecimiento de una asociación de personas que le apoyan, o lo que es lo mismo: el partido político;  otro punto al que hará referencia es cómo el resto de los ciudadanos son excluidos del discurso reivindicador, negando así la posibilidad de convivencia, dialogo y sentido de comunidad; así también los otros son tomados como distintos y enemigos del sistema. Por último hace referencia al significado que tiene el uso de la palabra “pueblo” en medio de este discurso.

 

Al respecto, hace el siguiente pronunciamiento[4]:

 

“Pero entre todas las aberraciones a que puede dar margen a ese estado, que se acerca mucho al de la guerra, porque es su imagen y que, sobre todo, en la facción que quiso llamarse entre nosotros partido político, llegaron a ser las más escandalosas así como las más perjudiciales, por lo mismo que los que lo componían no eran otra cosa, en su generalidad, que ladrones y bandidos, ninguna más ridícula que el abuso de la palabra pueblo.”

 

En este sentido, nuestro autor, llama la atención a la estructura de un Estado que partiendo de la idea del terror y del poder absoluto, se hace con un discurso que al principio intenta seducir a la mayor cantidad de personas exaltando las pasiones de de la población que de una u otra forma han sufrido el nacimiento sangriento de una República, que han sido educadas en el arte de la guerra o que han sido excluidas.

 

Parece contradictorio a simple vista que un Gobierno totalitario provoque situaciones en las que pareciera no tener autoridad, algo así como una anarquía inducida, pero como hemos dicho antes, esto responde a intereses que de una u otra forma coadyuvan a mantener la pasividad de los habitantes, una sociedad que hasta el momento no tenía claro sus derechos.

 

En su reflexión “Lo que debe entenderse por pueblo”[5], Cecilio Acosta se cuestiona[6]:

 

“¿Era preciso robar? Se invocaba al pueblo. ¿Se levantaban cuadrillas de facciosos? Era el pueblo quien se levantaba. ¿Se proclamaba, se pedía la caída del Gobierno? Era el pueblo quien proclamaba y pedía. Y al fin, se insultaba a los buenos ciudadanos, y se sacaba a plaza el pudor y buen nombre de las doncellas y matronas, y se escarnecía en los mesones la virtud y el buen proceder, y se hacía gala de maldad, y se prometía el reparto de la propiedad y del sudor ajeno, y se alentaba la revolución, y se befaba a los buenos y se los perseguía; y todo en nombre del pueblo. Porque el pueblo lo pedía, porque el pueblo lo proclamaba.”

 

Aún en nuestros días algunos discursos políticos justifican ciertas acciones violentas a partir de las apetencias de un pueblo que ha sido maltratado, independientemente de su legalidad, podemos decir que es el principio de la demagogia: utilizar las necesidades de la población para hacerse con la legitimidad y el poder. El asunto es que en este sentido pueblo no se refiere a una totalidad, sino a una parcialidad que se ajusta al discurso. Pero Cecilio Acosta agrega[7]:

 

“¡Ilustre pueblo de Venezuela! ¡Pueblo de la independencia y de la gloria! ¡Pueblo del patriotismo y las virtudes civiles! Mira cómo se te insulta y desapropia. Otro quiere tomar tu nombre para engalanarse con él, para embaucar con él, para imponer respeto y autoridad con la magia de él; quiere ponerse tus vestidos para rebajarte a su bajeza, para confundirte en su polvo, para abismarte en su miseria… Tú eres la reunión de los ciudadanos honrados, de los virtuosos padres de familia, de los pacíficos labradores, de los mercaderes industriosos, de los leales militares, de los industriales y jornaleros contraídos; tú eres el clero que predica la moral, los propietarios que contribuyen a afianzarla, los que se ocupan en menesteres útiles, que dan ejemplo de ella, los que no buscan la guerra para medrar, ni el trastorno del orden establecido para alcanzar empleos de holganza y lucro; tú eres, en fin, la reunión de todos los buenos; y esta reunión es lo que se llama pueblo; lo demás no es pueblo, son asesinos que afilan el puñal, ladrones famosos que acechan por la noche, bandidos que infestan caminos y encrucijadas, especuladores de desorden, ambiciosos que aspiran, envidiosos que denigran y demagogos que trastornan.”

                                                   

Es así como Acosta pretende recuperar el sentido de identidad que hay entre el pueblo y los ciudadanos que aportan a la sociedad, a la construcción de un país, poniendo una distancia entre aquellos que la destruyen con estos vicios.

 

Esta crítica no solo tiene vigencia en nuestra actualidad nacional, sino que también en cuanto a la integración regional, en vista de que los discursos de integración terminan siendo una arenga a grupos extremistas de nuestras sociedades en virtud de enemigos externos que procuran la división. En todo caso los hechos no coinciden con estas promesas.

 

[1] Gaceta Oficial N° 5.908, Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, Edición digital de la Asamblea Nacional. 2009.

[2] Rafael Cartay Angulo, Biblioteca Biográfica Venezolana: Cecilio Acosta, Edit. El Nacional. 2005 Pp 55.

[3] Ibid. Pp 16.

[4] Cecilio Acosta, Obras Completas Tomo I, Colección de la Fundación La Casa de Bello, 1982, Pp 56 -57

[5] Serie de tres artículos publicados en El Centinela de la Patria, #19, 21 y 24 en Caracas. Nota de la Comisión Editora del Texto anteriormente citado.

[6] Ibid. Pp. 56-57

[7] Ibid. Pp. 57-58

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