Hobbes es un empirista ingles, que refuta la tradición aristotélica tomista en ciertos aspectos centrales, tuvo contacto con Descartes a través de Mersenne, pero se distancia de la concepción cartesiana. 

 

 Caracas, 22 de Marzo de 2007

Toda la filosofía hobbesiana se funda en los sentidos en primera instancia, es a partir de ellos que él forma toda su concepción mecanicista de la vida y establece su epistemología y antropología. El “Leviatán o la materia, forma y poder de un Estado Eclesiástico y Civil”, refleja el temor y pesimismo causado en nuestro autor por las diversas circunstancias que vive Europa y especialmente la Inglaterra del siglo XVII que vivió una guerra civil entre los años 1642-1648.

Es importante considerar dos definiciones primarias que dan pie a esta obra, la primera es la de “Naturaleza”, esta es el “...arte por el que D-s ha hecho y gobierna el mundo...”[1], y una segunda definición es la de “Vida”, y por esto se entiende: “... un movimiento de miembros cuyo principio está radicado en alguna parte principal interna a ellos...”[2]. En cuanto a la primera definición, el autor considera que dicho arte es imitado por el hombre en tanto tiene la facultad de crear, la segunda revela su visión mecanicista del hombre, en tanto que la vida es el resultado de movimientos y que puede ser estudiado desde una explicación física. En este sentido el hombre no sólo imita a Dios al poder crear, sino que va más allá creando vida artificial y además un nuevo hombre artificial que termina por superar su artífice, lo que llamamos ESTADO. Así pues el autor llama la atención al estudio del hombre, en tanto que este es el que lo constituye y considerará sus pasiones, deseos para poder conocer algo que pudo haber transmitido a su obra, entiéndase Estado. Así como todo efecto tiene algo de su causa; es decir buscar dentro de nosotros, conocernos a nosotros mismos, para así poder conocer algo de los otros hombres y del Estado o República del que son artífices y parte constitutiva a la vez, pues si bien el hombre ha creado el Estado, también se debe considerar que es materia constitutiva del mismo, no se puede concebir un Estado sin hombres.

La segunda definición que se ha referido es el enfoque que seguirá toda la obra del autor. Resaltaremos en este trabajo lo referente al “lenguaje”, como elemento distintivo del hombre con respecto a las bestias. Y considerado por el mismo Hobbes como el mayor logro y creación del hombre[3].

            Todo de lo que tenemos “conciencia” se origina en los sentidos, y esto es el pensamiento. Cuando Hobbes trata con el pensamiento lo define como “...representación o aparición de una cualidad o de cualquier otro accidente de un cuerpo ajeno a nosotros, al que comúnmente llamamos objetos...”[4]. Es evidente que esta opinión dista mucho de la tradición aristotélica tomista, porque en principio nosotros no abstraemos la forma del objeto, o nos informamos, sino que nos vemos afectados por los accidentes de los objetos y hacemos una representación. Pero este proceso tiene otra variante y es el movimiento.

Si tomamos en cuenta que la “sensibilidad” es afectada por los objetos, podemos explicar cómo se puede llegar a un pensamiento o a una representación del objeto a partir de una explicación física. La sensibilidad genera un movimiento, a manera de un receptor. Los accidentes del objeto generan movimientos hacia los sentidos y los afecta, este choque produce un tercer movimiento que va en una dirección distinta a los otros. Hobbes cree que toda acción, produce una reacción, y una presión, produce una contrapresión. Pues el estimulo que da pie a este tercer movimiento recorre el cuerpo hasta que llega al cerebro o corazón donde se produce una reacción o una contrapresión, generando un movimiento distinto, dando como resultado la fantasía, el pensamiento o el sentido. Es decir, el pensamiento es un movimiento, y su origen es interno, por lo que una vez generado dicho movimiento, no necesita del estímulo que lo originó, y esto es así por algún tiempo. Todo este proceso es a partir de un primer impacto que se da entre el movimiento que genera los accidentes del objeto y nuestra sensibilidad, pero al desencadenar una serie de nuevos movimientos dentro del cuerpo, forma una fantasía en nosotros, y el movimiento únicamente genera movimiento, no algo distinto. Estos movimientos pueden variar desde el principio y no tienen que ser siempre iguales en intensidad.

Hobbes cita el principio de inercia postulado por Galileo, que formula que “... un punto material no sometido a fuerza externa alguna se encuentra en reposo o en movimiento rectilíneo y uniforme...”[5], o lo que es lo mismo: toda cosa que esté en reposo lo estará hasta que algo lo mueva y modifique su estado de reposo; dicho principio es aceptado, pero algunos no consideran como verdadero que todo movimiento es detenido por acción de alguna otra fuerza. Nuestro autor asume como verdadero dicho fundamento y además le agrega que se detiene de manera gradual en el tiempo y no de manera instantánea. Las implicaciones de dichos principios afectan todo lo dicho anteriormente, a saber: la noción de vida, la interacción entre la “sensibilidad” y los accidentes de las cosas, incluso el pensamiento entendido como movimiento.

Los pensamientos van perdiendo “intensidad” en el tiempo de manera gradual y es lo que el autor llama el sentido debilitado, de allí surge la imaginación y la memoria.

La secuencia o encadenamiento de estos pensamientos Hobbes lo conoce como discurso mental[6]. Y le llama encadenamiento o discurso mental porque los pensamientos se siguen unos a otros de manera causal no por azar o arbitrariamente. La razón por la cual los pensamientos no son aislados es que siempre un pensamiento es un movimiento generado por la interacción de una contrapresión, y cada vez que se da el primero se seguirá el segundo con intensidades distintas y decayendo por grados en el tiempo. Dicho discurso mental puede ser guiado o no guiado. No es guiado cuando no puede concebirse un pensamiento con intensidad suficiente como para que “... gobierne o dirija hacia sí mismo los que le siguen, y que sea el fin o intención de un deseo o de alguna otra pasión...”[7]. Estos pensamientos pueden hacerse conscientes entre pensamientos que no necesitan de mucha intensidad, lo que trae como consecuencia entre otras cosas la posibilidad de “libre asociación de ideas”, esto significa que si bien los pensamientos no son aislados, por lo dicho anteriormente, en tanto que siempre se seguirá uno de otro; cuando estos han perdido intensidad gradualmente, pueden hacerse conscientes en la medida que son asociados con otros aunque no se sigan de manera inmediata e independientemente de su intensidad. Un discurso mental es guiado cuando está regido por un pensamiento que debe ser lo suficientemente fuerte como para que los demás le sigan, siendo este principio y fin de este encadenamiento de pensamientos.

El discurso mental se diferencia del discurso verbal en que este último tiene, entre otras funciones, la de dejar constancia de un discurso mental, de una secuencia de pensamientos y cuando se pretende dar cuenta de las causas de algo a partir de los pensamientos o representaciones que asumimos como efectos,  y lo expresamos mediante el lenguaje, se originan las artes. Esto queda expresado y registrado. Otro uso especial del lenguaje consiste en enseñar o comunicarse con otro, mostrar los pensamientos, dar a conocer un deseo, una pasión o un sentimiento. Estos discursos cuando son usados causan alteraciones en otros hombres, de manera que se puede enseñar e influenciar a otros, lo que trae como consecuencia que puede modificarse conductas, hacer que otros asuman ciertas pasiones y deseos, dependiendo de la fuerza del discurso y del interés que expone quien lo aplica. Este riesgo se expresa en cuatro abusos que se pueden hacer con el lenguaje. El primer abuso se da cuando un hombre se equivoca al tratar de dejar constancia de una cadena de pensamientos que nunca tuvo en la experiencia, ni en un discurso mental guiado, engañándose a sí mismo de hecho y tratando de engañar a otros, es decir cuando querer transmitir algo que no tiene significado ni sentido para sí mismo. Otro abuso se corresponde al momento de intentar dar significados alternos o  metafóricos, que no se corresponde con el discurso original, esto es imponer arbitrariamente una interpretación distinta al significado de lo que se dice,  engañando así a otros que pueden ignorar dichos significados. El tercer abuso se corresponde cuando un hombre expresa discursivamente una voluntad aparente que esconde otra intención de antemano, es decir, expresa un deseo o una pasión que no tiene. Y el cuarto abuso del lenguaje es cuando se usa para ofender o desprestigiar a otros.

 

Por último Hobbes hace notar su posición con respecto al problema de los universales, según el autor hay nombres para cosas particulares como Kant, Aristóteles, este carro, esta escuela, cuando se pretende nombrar o referir a una sola cosa y hay nombres universales que refieren a muchas cosas tal como hombre, caballo, árbol. En este caso los universales son solo un asunto nominal, es decir: “En el mundo no hay nada universal que no sean nombres”[8]. Los universales nombran específicamente algo que muchos individuos tengan como cualidades o accidentes similares, con un universal no se puede saber a cuál individuo se refiere específicamente. Para el autor, “la manera en que el lenguaje sirve para recordar la secuencia de causas y efectos consiste en la imposición de <<nombres>> y en su <<conexión>>.[9] Así mismo sucede con los números, estos sin nombrarse no podrían ni sumarse ni restarse.

 

[1] Thomas Hobbes: Leviatán, Editorial Alianza. España. 2004. Capítulo I, Pág. 13

[2] Thomas Hobbes: Leviatán, Editorial Alianza. España. 2004. Capítulo I, Pág. 13

[3] Thomas Hobbes: Leviatán, Editorial Alianza. España. 2004. Capitulo IV. Pág. 35

[4] Thomas Hobbes. Leviatán, Editorial Alianza. España. 2004. Capítulo I, Pág 19

[5] http://www.mailxmail.com/curso/excelencia/historia_fisica/capitulo3.htm

[6] Thomas Hobbes: Leviatán, Editorial Alianza. España. 2004. Capítulo III, Pág. 29.

[7] Thomas Hobbes: Leviatán, Editorial Alianza. España. 2004. Capítulo III, Pág. 30.

[8] Thomas Hobbes, “Leviatán”, Edit. Alianza, 2004. Capítulo IV. Pág. 37.

[9] Thomas Hobbes, “Leviatán”, Edit. Alianza, 2004. Capítulo IV. Pág. 37.

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