Ella caminaba dentro del desierto, donde el frio del día y el calor de la noche le acompañaban, la oscuridad de la luz le permitía ver a lo lejos lo que buscaba. Era ella misma fuera de sí.

Era él dentro de ella lo que veía desde fuera.

Ella lo llamaba con sonidos altos y él viéndole desde ella solo con señas le respondía:

- No te oigo decía, No puedo escucharte. Ven dentro de ti misma para poder sentirte -pensaba en voz alta-.​

 

Mientras ella se alejaba de sí, hacia la luz de la oscuridad, donde él estaba.
Por qué te fuiste - ella gritaba- mientras él en su cuerpo meditaba:

No me he ido, contigo siempre he estado
Solo que nunca me has sentido a tu lado,
No sé cómo decirte o mostrarme a tus ojos siempre vendados,
Por la tristeza que te da pensar que te he abandonado.

“Si corres no podrás dar vuelta atrás”, le decía,

Pero aun cuando no le podía escuchar volteó hacia ella donde siempre había estado
y al volver en sí lo vio a su lado,
Abrazados, pero era ella la que sin vida había quedado.
Lloraba a cántaros el hombre en su pecho acostado,
Con sus manos a su cuerpo rodeado,
Por qué te fuiste, mi vida, te amo,
Sin decirme si quiera por qué nos has abandonado.
Maldita suerte la que te ha tocado,
Y ahora soy yo quien te llora demasiado,
Esperando verte de nuevo reír fuerte como un colibrí enamorado,
Pero ahora soy yo quien te llora como niño malcriado.​

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