En la tradición filosófica nos topamos en reiteradas ocasiones con el “Yo”, con mayor fuerza y fundamento luego de las propuestas cartesianas. Este “yo” es, por un lado, mera subjetividad, pero por el otro es una razón generadora de verdades universales.

 

Las Fronteras del “yo”

                El asunto es que en este “yo” hay algo más que una pura racionalidad, hay elementos que le vienen de afuera, más allá de la mera percepción de lo extenso. En el caso de Descartes, lo que respalda o evidencia el “Yo” es el pensar mismo, la duda. Pero esta duda es la acción del ir y venir, de esto se trata la reflexión.

                El “yo” en todo caso más allá del pensar, es conciencia de sí. No negamos que pueda darse en el “mero pensar”[1], pero también se da en la experiencia, en la medida en que de lo que se tiene experiencia nos permite afirmarnos a nosotros mismos en el mundo. Cuando tocamos una superficie, no solo tenemos la percepción del relieve, textura, temperatura y otras características de esta, sino que también tenemos experiencia de la mano, que es nuestro cuerpo. En este caso, tenemos experiencia de la mesa, de nosotros y de esta relación.

                Un “estado de conciencia” no necesariamente es conciencia del “yo”, “sino sólo de ciertos puntos en las fronteras del yo”[2]. Pero la simple experiencia tampoco nos permite llegar a la definición de un yo. El ejemplo de la autobiografía nos puede aproximar a este hecho. Por ejemplo no tenemos autobiografías de los pensadores antiguos, porque de una u otra manera no eran capaces de “concebir un hombre individual en la plena realidad de su existencia. Hay desde luego narraciones personales, pero lo que le sucede a un hombre no es lo que un hombre es.”[3]

                En estos estados de conciencia tenemos un nivel que se manifiesta como aguas subterráneas, y es el inconsciente, tomado este como la disociación de la voluntad con la imaginación. En este sentido, la disminución (o supresión) de la libertad, en el que la imaginación opera relacionando, asociando o combinando imágenes. El punto de encuentro entre este consciente e inconsciente, es llamado por Freud[4] pre-consciente, en el que se puede filtrar algo hacia el consciente.

                La pintura o la expresión artística en general es la exteriorización de estos estados de conciencia y sus contenidos.

“El artista no puede, por lo tanto, quejarse si sus símbolos particulares no son reconocidos ni apreciados.”[5]

 

[1] ¿Acaso lo que la razón afirma, relaciona, etc, no son contenidos que de algún modo guardan relación con la sensibilidad?

[2] Read, H. “Imagen e idea: La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana”. Edit. FCE, México D.F. 1957. P 167.

[3] Read, H. “Imagen e idea: La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana”. Edit. FCE, México D.F. 1957. P 170.

[4] Read, H. “Imagen e idea: La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana”. Edit. FCE, México D.F. 1957. P 181.

[5] Read, H. “Imagen e idea: La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana”. Edit. FCE, México D.F. 1957. P 189.

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